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7 de abril de 2020

El bosque nos hace falta

En "El libro del verano" (Sommarboken), Tove Jasson también habla del bosque, lo llama "El bosque mágico". Se va construyendo de a poco en una narración que parece ir rodeándolo sin atreverse a entrar en él de plano, hay vislumbres apenas de troncos agachados, marañas sumisas,  agujas, podredumbre. "El bosque mágico se había ido construyendo con penoso esfuerzo - dice la narradora-, de modo que el equilibrio entre la supervivencia y la extinción era en él tan frágil que no podía permitirse el menor cambio". Hay vida en el bosque, sin duda, ya que se escucha ruido de alas, rozar de patas (aunque las aves y los animales que los producen nunca se vean por estar sumergidos - dice Tove Jasson-  "en la perpetua oscuridad de la espesura"). Hay vida, sin duda, también en la muerte.
El bosque no es domesticable. La familia (así denomina la autora a los habitantes de la casa cuando funcionan en forma de tribu) pretende decorarlo, pero fracasa. La abuela, se "sabe más", se limita a entrar en él, internándose "más allá del pantano y los helechos". Luego se tiende en el suelo y mira el cielo a través de los líquenes y las ramas. Es un viaje secreto del que no habla. (...) 
Confío que este bosque me sirva para entrar a la cuestión de la diversidad y la diferencia con un espíritu más abierto. 
Se suele reivindicar la diversidad desde el punto de vistas ético, moral: habría derecho a ser diferente, y todos los diferentes deberían ser respetados en su diversidad. Sin embargo, el bosque parece indicarnos que la diversidad es mucho más que eso. Que no se trata sólo que sea lícita o respetable y que tengamos obligación moral de tolerarla, sino que es sobre todo bella, gozosa e indispensable. El verdadero motor de toda construcción de sentido, toda significación, toda lectura. El bosque nos hace falta. Pobres de nosotros si, desprovistos de bosque, ya no somos capaces de perdernos, de inquietarnos y deslumbrarnos frente a lo que nos resulta un poco oscuro, un poco enmarañado, un poco incomprensible! Sería como perder los enigmas. Y el que pierde los enigmas pierde también el deseo. "Lo otro"no sólo es respetable, "lo otro"nos hace falta. Sin "lo otro", "lo uno" se seca. Sin preguntas, las respuestas se atontan. De manera que, en lugar de defender el derecho a ser un extraño, voy a hacer el intento de reivindicar la extrañeza a secas. La buena, emocionante, deliciosa extrañeza, que nunca debería faltar en nuestras vidas. Dicho de otro modo: voy a defender la incertidumbre. Después de mucho pensar, me pareció lo más útil. Mucho más que hablar de mis certezas que, la verdad, son demasiado pocas"  GRACIELA MONTES ( 2017: 133/136).
 Ensayo: El bosque y el lobo. Construyendo sentido en tiempos de industria cultural y globalización forzada.  En: Buscar indicios, construir sentido. 
Otro cuento a dos voces con Sol.

4 de febrero de 2015

El señor de los disfraces



Ayer fue el cumpleaños de Auster. Me gusta imaginar, y creo que es posible que sea así,  que sus personajes son personas que conoce de cerca. Me gusta imaginar que Botellero, es él. 
...." sin embargo él persevera con todas sus fuerzas, nunca dispuesto del todo a abandonar, aún creyendo que la historia no ha llegado a su fin, y cuando pensar en ello se hace insoportable, a veces se entretiene con ensoñaciones infantiles sobre cambiar su apariencia física, disfrazarse de tal manera que ni su propio hijo le reconocería, un demonio del disfraz al estilo Sherlock Holmes, no sólo ropa y zapatos sino un rostro completamente ajeno, otro pelo, una voz absolutamente diferente, una transformación completa, un ser que se convierte en otro, y cuántos ancianos distintos se ha inventado desde que se le ocurrió la idea, arrugados pensionistas cojeando con sus bastones o sus andadores de aluminio, viejos con sus canas al viento, sus barba blanca larga y suelta, Walt Withman en su chochez, un simpático anciano que se ha extraviado y aborda al joven para preguntarle el camino, y entonces se ponen  a charlar, el viejo invita al joven a tomar una copa, y poco a poco se hacen amigos, y ahora que Miles vive en Brooklyn, ahí mismo, en Sunset Park, junto al cementerio de Green Wood, se la ha ocurrido otro personaje que él llama Botellero, uno de esos hombres viejos y acabados que rebuscan comida en contenedores de basura y botellas y latas en depósitos de reciclaje, a cinco centavos la botella, ardua manera de ganarse la vida, pero son tiempos difíciles y no hay que quejarse, y en su imaginación Botellero es un mohawk, descendiente de los indios que se asentaron en Brooklyn en la primera parte del siglo pasado, la comunidad de mohawk que llegó aquí antes que los obreros de la construcción para trabajar en los altos edificios que se levantaban en Manhattan, mohawks porque por alguna razón los miembros de esa tribu no tenían miedo de las alturas, se sentían a gusto en el aire y eran capaces de bailar entre las vigas y travesaños sin sentir el menor miedo ni el temblor del vértigo, y Botellero es un descendiente de aquella gente intrépida que construyó las torres de Manhattan, un tipo chiflado, lamentablemente, que no está muy bien de la cabeza, un viejo chalado que se pasa la vida empujando el carrito del supermercado por el barrio, recogiendo latas y cascos vacíos que le reportarán cinco centavos cada uno, y cuando Botellero habla, con frecuencia salpicará sus observaciones con lemas publicitarios absurdos, estrafalariamente inadecuados, como: Andaría kilómetros por un Camel, No salga de casa sin ella, o Extienda la mano y toque a alguien, y a Miles quizás le haga gracia un hombre dispuesto a caminar kilómetros por un cigarrillo, y cuando Botellero se cansa de sus eslóganes, se pone a citar la Biblia, diciendo cosas como: El viento tira hacia el sur y rodea al norte, va girando de continuo, o ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará, y justo 
cuando Miles está a punto de dar media vuelta y marcharse, Botellero acerca la cara a la suya y grita: ¡Recuerda muchacho! ¡La bancarrota no es el final! ¡Sólo un nuevo comienzo!"   Paul Auster.  Sunset Park.

2 de diciembre de 2014

El arte desarma tu cabeza





"... los niños deberían cooperar siempre en la creación de su propio ambiente. Para decorar la escuela, los mejores cuadros son las pinturas de los propios niños, mas sólo si estas pinturas son tratadas con respeto, adecuadamente montadas y decentemente enmarcadas. Por supuesto, debe mostrarse a los niños obras de artistas maduros, tanto del pasado como del presente, pero también éstas deben ser tratadas con respeto y expuestas en un escenario adecuado. Pero debe recordarse siempre que la escuela es un taller y no un museo, un centro de actividad creadora y no una academia de aprendizaje. La apreciación no se adquiere mediante la contemplación  pasiva: sólo apreciamos la belleza sobre la base de nuestras aspiraciones creadoras, por infructuosas que ellas sean.
Finalmente, y esto es quizás lo más importante, el ambiente debe asegurar libertad- libertad en el sentido más obvio-: libertad de movimiento, libertad para vagar de un lado a otro. Los sentidos se educan sólo mediante la acción incesante. "Los niños - decía Rousseau en uno de sus momentos de mayor perspicacia- siempre harán algo que les mantenga moviéndose libremente. Existen incontables maneras de despertar su interés para medir, percibir y estimar distancias, Hay un cerezo muy alto: ¿cómo recogeremos las cerezas? ¿Será suficientemente alta la escalera del establo? Hay un río ancho: ¿cómo llegaremos a la ribera opuesta? ¿uno de los tablones con que contamos en el patio llegará a la otra orilla? Desde nuestras ventanas, queremos pescar en el foso: ¿cuántos metros de línea se requieren? Quiero hacer un columpio entre dos árboles: ¿serán suficientes dos brazas de cuerda?".

HERBERT READ   "EDUCACIÓN POR EL ARTE"

PRIMERA JORNADA DE ARTE EN EL CENTRO EDUCATIVO

Inspiradas por esta idea de Read, propusimos la primera jornada de Arte en el CEC. La intención fue cruzar distintas expresiones artísticas como son la música, la literatura y la plástica. Cantamos "Trío para un bolsillo", leímos "Había una vez una casa" de Graciela Montes y quedaron los personajes plasmados en un Totem. El trabajo fue social y cooperativo entre el turno mañana y el turno tarde. 
El equipo de maestras: Ivana, Vanesa, Verónica, Paula, Nadia y Cata. ¡Gracias compañeras por prenderse y ponerle toda la onda!










INSPIRADOS EN ESTA IDEA:




25 de octubre de 2014

Pequeño mundo ilustrado



Tal el nombre del libro de María Negroni, editado por Caja Negra, con el que me deleito recorriendo al azar las letras de este pequeño diccionario personal surrealista. A veces leo medio libro seguido y otras me obsesiono con una o dos letras y las leo y releo. 
Su afinidad con Walter Benjamín y  con el surrealismo es la nota que más me agrada. 
Al igual que las enciclopedias iluministas, el libro está organizado en orden alfabético y enumera gustos y berretines de la escritora. Esos objetos o cosas sobre las que el pensamiento gusta volver una y otra vez.
Ella dijo sobre su obra: "Como fuere, en mi pequeña cacería di con familias imprevisibles y universos desordenados que apenas logran disimular mi debilidad por lo arcaico, lo diminuto o lo arisco: todo aquello que, a mi entender, favorece la construcción de un lenguaje insumiso contra la clausura y las formas rígidas que impone siempre el realismo del poder. No hay, me dije, para un artista, más deber que evitar lo unívoco y recordar que lo bello es una especie dentro de lo raro ".

Comparto, en la letra J, "JUGUETES"

El pintor De Chirico los llamó "adivinazas para pequeños prícipes". Se incluyen aquí los trompos, las bicis, los títeres, las figuritas con brillantes, los gusanos de seda, las esferas de nieve, es decir, todo aquello que transporte mágicamente a la ciudad maternal, a ese momento, siempre absoluto- e irrecuperable- previo a la contaminación, al conocimiento y la conciencia, Giorgio Agamben agregó que los puerilia ludicra están emparentados a los ritos funerarios y los objetos rituales, uniendo muerte e infancia, experiencia e historia. En el reino de un niño, sostuvo, la miniaturización permite conocer el todo antes que las partes y, por tanto, vencer, captándolo a simple vista, lo temible del objeto.
Ese embeleso persiste en algunos adultos privilegiados, La boite a joujoux que dedicó Debussy a su hija Claude Emma en 1913 - cuyo "tema" es una caja de juguetes que se anima- alcanza por sí sola como prueba. (Se recordará que Debussy, que fue amigo de Mallarmé y de Satie, solía dar conferencias para chicos en la radio y que compuso también la suite para piano Children´s corner, que incluye un arrorró infantil, una serenata para una muñeca).
Por su parte, uno de los libros más ferozmente bellos e inadecuados de Walter Benjamín - Dirección única- en medio de una sorprendente galería de niños (Niños leyendo, Niño que llega tarde, Niño goloso, Niño en una calesita, Niño escondido, Niño desordenado), se lee: "Cada piedra que encuentra, cada flor arrancada y cada mariposa capturada son ya, para él, el inicio de una colección, No bien ha entrado en la vida y ya es un cazador: atrapa a los espíritus cuyo rastro husmea en las cosas". En la concepción benjaminiana del niño, se observará, no se trata de encontrar lo nuevo, sino de renovar lo viejo haciéndolo propio, de perderse por horas en la selva del sueño, donde los papeles de estaño son tesoros de plata, los cubos de madera, ataúdes, los cactus, árboles totémicos, y las monedas, escudos.
La felicidad infantil proviene de esa aglomeración azarosa, solitaria y placentera, parecida a la que experimentará más tarde el poeta moderno, encarnado para siempre en Baudelaire , cuando proyecte sobre las cosas su mirada alegórica, transportando sus objets trouvés al desorden de la poesía. Los cajones donde el niño guarda sus tesoros artesanales y zoológicos, Los del poeta serán reservas de imágenes y retazos de lenguaje. En ambos casos, se trata de un objetivo muy simple y muy complejo: habitar  un "tiempo perdido". Como los niños, los poetas intuyen el vínculo exacto entre curiosidad y memoria, melancolía y resistencia, aventura y tolerancia. Y lo buscan que buscan es nada menos que liberar las cosas de su destino utilitario y al lenguaje de sus taras más odiosas: quedarse en su propio coto de caza donde es posible seguir siendo un pequeño príncipe. La poesía es la continuación   de la infancia por otros medios".

La ilustración es de Polly Becker.

7 de agosto de 2014

La historia sin fin


Con Maite estamos leyendo este gran libro de Michael Ende. Yo recordaba la película, que si bien es una adaptación aceptable, se queda muy corta respecto del libro. 
Hay muchos pasajes y  memorables por la profundidad de los temas. Comparto este: 


"Bastián meditó largo tiempo y dijo luego: 
-Es extraño que no se pueda desear simplemente lo que se quiere. ¿De dónde vienen realmente los deseos? ¿Y qué es eso, un deseo? 
Graógraman miró al muchacho con los ojos muy abiertos, pero no respondió. 
Unos días más tarde, tuvieron otra vez una conversación muy importante. Bastián le enseñó al león la inscripción del reverso de la Alhaja. 
-¿Qué significa? -preguntó-. «HAZ LO QUE QUIERAS.» Eso quiere decir que puedo hacer lo que me dé la gana, ¿no crees? 
El rostro de Graógraman pareció de pronto terriblemente serio y sus ojos comenzaron a 
arder. 
-No -dijo con voz profunda y retumbante-. Quiere decir que debes hacer tu Verdadera Voluntad. Y no hay nada más difícil. 
-¿Mi Verdadera Voluntad? -repitió Bastián impresionado-. ¿Qué es eso? 
-Es tu secreto más profundo, que no conoces. 
-¿Cómo puedo descubrirlo entonces? 
-Siguiendo el camino de los deseos, de uno a otro, hasta llegar al último. Ese camino te conducirá a tu Verdadera Voluntad. 
-No me parece muy difícil -opinó Bastián. 
-Es el más peligroso de todos los caminos -dijo el león. 
-¿Por qué? -preguntó Bastián-. Yo no tengo miedo. 
-No se trata de eso -retumbó Graógraman-. Ese camino exige la mayor autenticidad y  atención, porque en ningún otro es tan fácil perderse para siempre". 


Michael Ende y Casiopea, personaje de otro de sus libros: Momo.
Estos días de emoción por el encuentro del nieto 114, nada menos que el de Estela, la mujer que más le puso el cuerpo, me quedaron estas palabras flotando...

25 de octubre de 2013

La frontera indómita

De nuevo por este espacio!!! Estos días me encuentran siendo mamá de tiempo completo, pero en estos momentos que mi niña duerme, le dedico este ratito al blog que adoro.
Esta vez comparto un extracto del ensayo de Graciela Montes, "La frontera indómita" , texto que es de una riqueza y sensibilidad exquisitas.



"Cada uno está solo en el corazón de la Tierra
atravesado por un rayo de sol;
y de pronto anochece. (Salvatore Quasimodo)


(...)Winnicott empieza por el principio. Su punto de partida es el niño recién arrojado al mundo que, esforzada y creativamente, debe ir construyendo sus fronterasy, paradójicamente, consolando su soledad, ambas cosas al mismo tiempo. Por un lado, está su apasionada y exigente subjetividad, su gran deseo; del otro lado, el objeto deseado: la madre, y en el medio, todas las construcciones imaginables, una difícil e intensa frontera de transición, el único margen donde realmente se puede ser libre, es decir, no condicionado por lo dado, no obligado por las demandas propias no por los límites del afuera. El niño espera a la madre, y en la espera, en la demora, crea.
Winnicott llama a este espacio tercera zona o lugar potencial.
A esa zona pertenecen los objetos que Winnicott llama transicionales - la manta cuyo borde se chupa devotamente, el oso de peluche al que uno se abraza para tolerar la ausencia-, los rituales consoladores, el juego en general y, también, la cultura.
Esta tercera zona no se hace de una vez y para siempre. Se trata de un territorio en constante conquista, nunca conquistado del todo, siempre en elaboración, en permanente hacerse;por una parte, zona de intercambio entre el adentro y el afuera, entre el individuo y el mundo, pero también algo más: zona liberada. El lugar del hacer personal.
La literatura, como el arte en general,como la cultura, como toda marca humana, está instalada en esa frontera. 
Un territorio necesario y saludable, el único en el que nos sentimos realmente vivos, el único en el que brilla el breve rayo de sol de los versos de Quasimodo. el único donde se pueden desarrollar nuestros juegos antes de la llegada del lobo (...)"

6 de marzo de 2013

La historieta argentina...

Este verano leí el libro de Laura Vazquez, "El oficio de las viñetas. La industria de la historieta argentina".


 El libro, en principio,  hace un recorrido por la historia de la industria editorial sobre la historieta. Sus momentos de auge y su época de oro, sus momentos pretenciosos y con vuelo intelectual con la Bienal, sus momentos de crisis, y también del raro e interesante fenómeno de "fortalecimiento" en los duros momentos de la dictadura... Esto dicho entre comillas, porque la investigadora proporciona números de tirada a lo largo de los años y vemos como nunca volvimos de la época de oro, pero que sin embargo, la creatividad y la capacidad extraordinaria de trabajo de los historietistas argentinos encontró en el humor y las ficciones ilustradas un canal de expresión popular. También el vuelco de los trabajadores de la historieta (guionistas e ilustradores) al mercado internacional ante la persecución o exilio (interno y externo).


 Es un relato de la cocina de la historia de las grandes historietas y los avatares de sus creadores (Breccia, Oesterheld, Trillo, etc)

Pero el libro es más que una periodización, es un monumental trabajo de investigación: entrevistas a los protagonistas directos, referencias permanentes a miles de historietas analizadas en sus mínimos detalles, una increíble cantidad de material bibliográfico, que hacen de este libro un texto básico de consulta.
También se puede ver como una interesante discusión acerca de la historieta como producto cultural de masas, como objeto de estudio teórico de vanguardia,  como industria que "tritura" a sus trabajadores,  sobre si sus protagonistas se ven como "trabajadores" o como "artistas".

Sin embargo, en lo que a mí respecta, el libro es más que eso... Para los aficionados como yo, este libro me hizo volver a leer y releer las historietas que leí miles de veces, y esta vez con un ojo más atento. Buscando un detalle, un dato, un paralelismo entre esta historia y la otra... También a seguir revolviendo entre las revistas de los viejos kioskos de los que quedan pocos, buscando alguna versión o tal dibujante... Felicitarme a mí misma por alguna compra hecha con buen ojo, guiada por el instinto y que ahora tengo algunos elementos más para evaluar.

Estoy segura que  de primera no capté toda la profundidad de algunas referencias y reflexiones, pero no me importa, porque seguramente volveré sobre sus páginas una y otra vez...
Les dejo esta recomendación: El blog Soretes azules, sobre uno de los grandes guionistas argentinos Carlos Trillo.

23 de diciembre de 2012

El cuento de Navidad de Auggie Wren



"A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?
Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras “cuento de Navidad” tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.
No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él.
—¿Un cuento de Navidad? —dijo él cuando yo hube terminado. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.
Fuimos a Jack’s, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas de las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.
—Fue en el verano del setenta y dos —dijo. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.
Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carné de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podría haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carné, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?
Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.
La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.
—¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.
Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.
—Sabía que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.
Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.
Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.
—Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad.
No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.
No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.
Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.
—Eso es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.
Al cabo de un rato, empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.
Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de cámaras, seis o siete, de treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar.
No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.
—¿Volviste alguna vez? —le pregunté.
—Una sola —contestó. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.
—Probablemente había muerto.
—Sí, probablemente.
—Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.
—Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.
—Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.
—Le mentí y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.
—La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.
—Todo por el arte, ¿eh, Paul?
—Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.
—Y ahora tienes un cuento de Navidad, ¿no?
—Sí —dije—. Supongo que sí.
Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.
—Eres un as, Auggie —dije—. Gracias por ayudarme.
—Siempre que quieras —contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?
—Supongo que estoy en deuda contigo.
—No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.
—Excepto el almuerzo.
—Eso es. Excepto el almuerzo.
Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta."
PAUL AUSTER.
Para leer el cuento completo ver acá.
Acá el trailer de la  película Smoke, con libro de Paul Auster y gran actuación de Harvey Keitel.
La ilustración de arriba es de Isol para una versión de este cuento.

18 de noviembre de 2012

Una ola de sueños...

                                           
"Una ola de sueños" (1924) es reconocido tardíamente como el primer manifiesto surrealista. En él se define por primera vez el concepto de surrealidad. Escrito por Louis Aragon, este es uno de mis libros de cabecera, que no me canso de leer y releer.
Tuve la suerte de escuchar la ponencia de quien realizó el estudio introductorio y la traducción de este texto del francés, el Profesor Ricardo Ibarlucía. Esas cosas especiales que pasan aveces. Fuimos a escucharlo con mi amiga Alicia a un hotel en Bariloche, hace unos cuantos años.
Población de sueños, realidad mezclada con estados oníricos, símbolos y profesías, fuerzas más allá de lo meramente superficial, poesía, duraciones automáticas, azar objetivo, cadáver exquisito, nominalismo,  el Pasaje de la Opera, la surrealidad son  palabras que nos llevan a entender un modo de pensar y ver el mundo  de un grupo de jóvenes  franceses sobrevivientes de la primera gran guerra. Un espíritu de época que llegó a desconocer a la literatura, renegar de ella. Reconoce en parte su filiación en Dadá, pero sus caminos serán largamente alterados, principalmente el de los sentidos. 
                                                                                                                     El pasaje de la Opera

"... Entonces el espíritu se desprende  un poco de la mecánica humana, entonces ya no soy la bicicleta de mis sentidos, la rueda de afilar los recuerdos y las coincidencias. Entonces capto en mí lo ocasional, capto de golpe cómo me supero: lo ocasional soy yo y, formada esta proposición, me río de la memoria de toda la actividad humana. ... En este punto comienza en todo caso el pensamiento, el cual no es de ningún modo ese juego de espejos en el que algunos se destacan sin peligros. Si se ha experimentado tal vértigo, aunque sólo sea una vez, parece imposible seguir aceptando las ideas maquinales con las que se resume hoy prácticamente cada empresa humana ..."

"... la verdadera naturaleza de lo real no es más que una relación como cualquier otra, que la esencia de las cosas no está de ningún modo ligada a su realidad, que hay relaciones diferentes de lo real que el espíritu puede captar y que so también primordiales, como el azar, la ilusión, lo fantástico, el sueño. Estas diversas especies se reúnen y concilian en un género que es la surrealidad"...

"Si considero de pronto el curso de mi vida, si olvido este entrenamiento del espíritu, si domino un poco el sentido de esta vida que me atraviesa, que se me escapa, de pronto...¿Qué significa todo esto? De pronto no espero nada del mundo...  Hay que ver al hombre presa de sus espejos, exclamando con el acento patético de su teatro: ¿Qué devenir? Como si tuviera opción..."

"Pero entre todos los aires que de vez en cuando tarareo, hay uno sin embargo que me da hoy una libre ilusión de la primavera y de los prados, una ilusión de la verdadera libertad. He perdido este aire, y luego lo vuelvo a encontrar. Libre, libre: es la hora en que la cadena de los anillos claros del viento echa a volar por los moáres del cielo, es la hora en que el hierro se torna esclavo de los tobillos, donde las esposas son alhajas. Ocurre que esculpe entre los muros del calabozo el recluso talla una inscripción que hace sobre la piedra un ruido de alas. Ocurre que esculpe encima del remache el símbolo emplumado de los amores de la tierra. Es que él sueña y yo sueño, transportado sueño. Sueño un largo sueño donde cada uno sueña. No sé lo que va a resultar de esta nueva empresa de sueños. Sueño al borde del mundo y de la noche. ¿Qué me querían decir, hombres en el alejamiento, gritando con la mano en la bocina, riendo de los gestos del durmiente? Sobre el borde de la noche y del crimen, sobre el borde del crimen y del amor. ¡Oh Riveras de lo irreal, tus casinos sin distinción de edad abren sus alas de juego a los que quieren perder! Es hora, créanmé, de no ganar más.
¿Quién está ahí? Ah muy bien: hagan pasar al infinito." 

(Los caligramas de Apollinaire que aparecen arriba sirvieron de inspiración a los surrealistas.)

29 de septiembre de 2012

Epígrafe a las Jornadas docentes de narración e ilustración.

"Cuando le contamos un cuento a un chico estamos dejando inauguradas algunas cosas. Por un lado le garantizamos que existen discursos imaginarios deliberados, construcciones hechas palabras y "gratuitas" (o por las que, al menos, no hay que pagar el precio de la referencia). Otros mundos -redondos, encerrados en sí, independientes por tener sus propias reglas internas, aunque, por supuesto , vinculados de muchos y muy complejos modos al mundo real-, mundos imaginarios a los que se puede ir de visita.
Pero no sólo inauguramos eso. También, y por el solo hecho de estar contando, inauguramos el contar como la llave para ir de visita a esos mundos. Así, contando- decimos al contar-, se entra en el cuento. El acto de contar enseña a entrar y salir de la ficción. Ambos -el cuento y el contar- son solidarios, se necesitan. Por un lado está el cuento - supongamos que un cuento de autor, el mundo imaginario que construyó, palabra a palabra, cierta persona en un cierto día-, y por otro está el contar , el pasaje de ida y vuelta a ese mundo que otra persona , en otro cierto día, construye con dos ingredientes fundamentales: su tiempo y su voz. Y esto es básicamente así siempre, aun cuando se haya pasado de la audición de cuentos a la lectura: el lector le sigue prestando su tiempo y su voz interior al cuento, y sólo en ese tiempo el cuento vive.
Silencio, está por comenzar  la ceremonia. Pendemos de la voz o de la letra. "Había una vez...", y se abre la casa imaginaria, nos deja que la habitemos. Al principio es extraña y tal vez nos sorprenda que haya cosas que nos recuerden tanto el mundo, aunque todo el ritual -la voz, la modulación de esa voz, el libro- nos señale constantemente que lo que ahí sucede "es" y "no es" al mismo tiempo. Poco a poco nos vamos familiarizando. Le descubrimos los trucos a la casa imaginaria, notamos que suelen estar dispuestas de cierta manera las habitaciones. A esa palabra que viene ahí ya la estábamos esperando, y a esa repetición también. Nos gustan anticiparnos y corearla con el que cuenta el cuento.
El cuento sigue, es un hilo que no se corta. De pronto, al doblar el recodo, nos acompaña hasta la puerta. Colorín colorado: por aquí se sale; este cuento se ha acabado: ya estamos afuera. Otra vez en el mundo. Exiliados, hasta la próxima ilusión, de ese sitio donde las nueces eran y no eran al mismo tiempo".
                           
Graciela Montes, del ensayo 
"Una nuez que es y no es" 
           
La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. 
Fondo de Cultura Económico

Ilustración de Julia Díaz.

13 de julio de 2012

Leer, ese acto de sensibilidad

Con profundidad, sensibilidad  y humor, Germán Machado, ha escrito estas Trece instrucciones para ayudar a leer al niño.
Yo les recomiendo leer la entrada entera directamente del Blog de este gran escritor uruguayo: acá.
Estas Trece instrucciones nacen de poner en cuestión lo que entendemos por Infancia, Literatura Infantil,  y en todo caso qué entendemos por Literatura, así, a secas.



"Desde mi experiencia de lector y escritor; conciente de que uno escribe a medida que aprende a leer; para no terminar esta locución con preguntas; y a riesgo de resultar pedante: propongo ahora trece instrucciones para ayudar a leer al niño que, así lo pienso, pueden ordenar mejor mis ideas sobre el tema. Son estas:

1. No lea al niño que usted dejó atrás: lea con el niño que está junto a usted. Tampoco se adelante al niño en su lectura: conózcale su tranco, acompáñelo y déjelo leer en soledad cuando él así lo quiera.

2. Lea como si usted nunca fuera a dejar de ser un niño, pero sabiendo que ya no lo es. Lea en la actualidad, pero sabiendo que en el futuro estará el pasado y en el pasado también estuvo el porvenir.

3. Lea lo que el niño le pide, pero también lo que el niño le da. Disfrute de ambas cosas, y que ambos disfruten. Y si el niño quiere leerle algo a usted, déjelo hacer, incluso cuando el niño todavía no sabe leer.

4. Lea en el espacio y en el tiempo adecuados. No se desubique. En el caso en que lea con el niño por las noches: nunca se duerma usted antes que él.

5. Al seleccionar la lectura, piense en el niño con el que va a leer, pero no haga caso a las categorías, ni a las clases, ni a las edades, ni a los tamaños. El único que puede ser caprichoso en cuanto a elegir la lectura es el niño, no usted.

6. Lea todo lo que venga, pero también todo lo que se va. Piense que toda lectura es una encrucijada.

7. Lea con el niño sólo cuando está seguro de dos cosas: que no tiene ninguna otra tarea más importante para hacer y que leer con él no representa una tarea para usted. Si no está seguro de eso, igual es mejor que lea con el niño a que no lo haga.

8. Lea con el niño como si fuera la última vez que va a hacerlo, y también como si fuera la primera.

9. Lea con el niño como si usted fuese uno de esos bambúes —conocidos como Cañas de la India— que florece y produce semillas una vez cada 120 años para luego morir. Piense que esos bambúes florecen todos juntos y a la vez, y que alguna de las semillas que lanzan logrará evitar a los depredadores para poder reproducir la especie. Si esto no lo convence, piense que esos bambúes igual se propagan de forma constante, produciendo nuevos brotes a partir de rizomas subterráneos.

10. Lea con el niño como si estuviese ayudando a un ciego a cruzar la calle. La fraternidad, o el amor filial, tienen algo que ver en eso, aunque luego de cruzar la calle, usted seguirá su camino personal y el niño (como el ciego) avanzará por el enigma de sus recónditas distancias.

11. Si cuando está leyendo con el niño éste lo interrumpe, detenga la lectura y preste atención a lo que surge. Piense que no todo lo que van leyendo está escrito en el libro. Las digresiones son propias de una lectura imaginativa. Atrévase a ir más allá de la letra o a volver desde lo escrito a la realidad: piense que la imaginación antecede a la escritura y también la desborda.

12. Piense que el acto de lectura es un modo de comunicación que trasciende lo que un texto dice o ilustra. Si la lectura hace ruido en la comunicación, déjela de lado. Sepa cuando es el momento adecuado para dejar de leer al niño.

13. Si realmente está dispuesto a leer con un niño, hágalo como le dé la gana: no siga ninguna instrucción al respecto. Manténgase en sus trece."




Algunas me parecen centrales en la experiencia de leer con un niñ@, como por ejemplo la 10 y la 12.  Leer es un acto de comunicación, pero especialmente un acto fraternal y de sensibilidad. Hasta tal punto es comunicación pura, que también es importante saber cuando "dejar de leer". 
Y claro que, como dice la instrucción 13, esto de leer es algo TAN PERSONAL que por supuesto, a veces es mejor dejarse llevar por la propia intuición en lugar de seguir instrucciones.

9 de junio de 2012

Puentes para la alfabetización


¡Más  fotos recuperadas! Estas son de Budapest en 2006 , para participar del 21 Congreso Internacional de lectura, organizado por la Asociación Internacional de Lectura.
El tema del congreso: Construyendo puentes para la alfabetización. ¡Qué tema! Magistrales las ponencias de Kenneth y Yetta Goodman sobre: Aportes críticos en el desarrollo temprano de la alfabetización. El libro: FERREIRO, E, GÓMEZ PALACIOS, M (Comp) (1982) Nuevas perspectivas sobre los procesos de lectura y escritura, México, siglo xxi editores compila dos trabajos en castellano de estos investigadores, entre otros.

La plaza de los héroes.

El puente de las cadenas, uno de los muchos puentes que une a Buda con Pest.


El Parlamento.


El camino de los filósofos

Recuperé unas fotos que creía perdidas. Las imágenes actualizaron recuerdos. Heidelberg, el Camino de los Filósofos. A esta ciudad se la conoce como una de las ciudades románticas de Alemania. Por ese camino que bordea al río Neckar caminaron Goethe, Heidegger y muchos otros filósofos, escritores y artistas. Muchos de ellos daban clase en la Universidad de Heidelberg, una de las más antiguas.

(Fotos: copyleft, Sergio H. Martínez) je!


Las hojas de este árbol, que del Oriente 
a mi jardín venido, lo adorna ahora, 
un arcano sentido tienen, que al sabio 
de reflexión le brindan materia obvia.

¿Será este árbol extraño algún ser vivo 
que un día en dos mitades se dividiera? ¿O dos seres que tanto se comprendieron, 
que fundirse en un solo ser decidieran?

La clave de este enigma tan inquietante 
Yo dentro de mí mismo creo haberla hallado: 
¿no adivinas tú mismo, por mis canciones, 
que soy sencillo y doble como este árbol?

J.W. von Goethe

(En Frankfurt está la que fue la casa de Goethe, totalmente reconstruída ya que fue destruída por las bombas durante la segunda guerra mundial. En el patio de esa casa todavía está el Ginko biloba al que Goethe le dedicó este poema.)

Mi ceremonia del Té. 
 


En este lúcido ensayo autoetnográfico: Home and away...  Christiane Kraft Alsop analiza desde la antopología etnográfica la experiencia de cruzar fronteras interculturales y  los  viajes de regreso a casa.

               

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