Mostrando entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas

25 de octubre de 2013

La frontera indómita

De nuevo por este espacio!!! Estos días me encuentran siendo mamá de tiempo completo, pero en estos momentos que mi niña duerme, le dedico este ratito al blog que adoro.
Esta vez comparto un extracto del ensayo de Graciela Montes, "La frontera indómita" , texto que es de una riqueza y sensibilidad exquisitas.



"Cada uno está solo en el corazón de la Tierra
atravesado por un rayo de sol;
y de pronto anochece. (Salvatore Quasimodo)


(...)Winnicott empieza por el principio. Su punto de partida es el niño recién arrojado al mundo que, esforzada y creativamente, debe ir construyendo sus fronterasy, paradójicamente, consolando su soledad, ambas cosas al mismo tiempo. Por un lado, está su apasionada y exigente subjetividad, su gran deseo; del otro lado, el objeto deseado: la madre, y en el medio, todas las construcciones imaginables, una difícil e intensa frontera de transición, el único margen donde realmente se puede ser libre, es decir, no condicionado por lo dado, no obligado por las demandas propias no por los límites del afuera. El niño espera a la madre, y en la espera, en la demora, crea.
Winnicott llama a este espacio tercera zona o lugar potencial.
A esa zona pertenecen los objetos que Winnicott llama transicionales - la manta cuyo borde se chupa devotamente, el oso de peluche al que uno se abraza para tolerar la ausencia-, los rituales consoladores, el juego en general y, también, la cultura.
Esta tercera zona no se hace de una vez y para siempre. Se trata de un territorio en constante conquista, nunca conquistado del todo, siempre en elaboración, en permanente hacerse;por una parte, zona de intercambio entre el adentro y el afuera, entre el individuo y el mundo, pero también algo más: zona liberada. El lugar del hacer personal.
La literatura, como el arte en general,como la cultura, como toda marca humana, está instalada en esa frontera. 
Un territorio necesario y saludable, el único en el que nos sentimos realmente vivos, el único en el que brilla el breve rayo de sol de los versos de Quasimodo. el único donde se pueden desarrollar nuestros juegos antes de la llegada del lobo (...)"

23 de diciembre de 2012

El cuento de Navidad de Auggie Wren



"A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?
Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras “cuento de Navidad” tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.
No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él.
—¿Un cuento de Navidad? —dijo él cuando yo hube terminado. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.
Fuimos a Jack’s, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas de las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.
—Fue en el verano del setenta y dos —dijo. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.
Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carné de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podría haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carné, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?
Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.
La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.
—¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.
Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.
—Sabía que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.
Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.
Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.
—Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad.
No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.
No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.
Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.
—Eso es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.
Al cabo de un rato, empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.
Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de cámaras, seis o siete, de treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar.
No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.
—¿Volviste alguna vez? —le pregunté.
—Una sola —contestó. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.
—Probablemente había muerto.
—Sí, probablemente.
—Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.
—Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.
—Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.
—Le mentí y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.
—La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.
—Todo por el arte, ¿eh, Paul?
—Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.
—Y ahora tienes un cuento de Navidad, ¿no?
—Sí —dije—. Supongo que sí.
Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.
—Eres un as, Auggie —dije—. Gracias por ayudarme.
—Siempre que quieras —contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?
—Supongo que estoy en deuda contigo.
—No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.
—Excepto el almuerzo.
—Eso es. Excepto el almuerzo.
Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta."
PAUL AUSTER.
Para leer el cuento completo ver acá.
Acá el trailer de la  película Smoke, con libro de Paul Auster y gran actuación de Harvey Keitel.
La ilustración de arriba es de Isol para una versión de este cuento.

29 de enero de 2012

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo... y la metáfora del Chawan mushi

Haruki Murakami textual: Dice May Kasahara al sr. pájaro-que-da-cuerda "¿Sabes lo que me parece a mí? Pues que la mayor parte de la gente vive creyendo que la vida y el mundo son, aunque con excepciones, básicamente coherentes. (Deberían serlo, claro)
He llegado muchas veces a esta conclusión hablando con los que me rodean.
Cuando ocurre algo, ya sea en el territorio social o en el personal, siempre hay uno que dice: "o sea que ha pasado esto porque aquello era así y asá", y, en la mayoría de los casos, todos exclaman: "Ah! claro!" y se quedan tan campantes, pero yo no acabo de entenderlo. Decir cosas del tipo: "aquello es así" , ""por eso ha pasado lo que ha pasado", es como meter en el microondas un Chawan mushi instantáneo, pulsar el botón y, cuando suena el "tin" abrir la puerta y ¡ya está listo el chawan mushi! y ¿Dónde está la explicación?  O sea, no sabes nada de lo que ocurre, con la puerta bien cerrada, desde el instante en que pulsas el botón y hasta que la campanita hace "tin".
Quizás, en la oscuridad, el chawan mushi instantáneo se convierta primero en macarrones gratinados, y solo luego, vuelva a ser otra vez, chawan mushi, sin que sospechemos siquiera lo ocurrido, ¿no?.

Puesto que hemos metido chawan mushi en el microondas, creemos que, como consecuencia lógica , ha de salir chawan mushi. Pero eso no es más que una suposición".


Esta animación de la obertura de "La gazza ladra" (repetidamente nombrada en el libro "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo" la encontré en el blog de la ilustradora  Eleonora Arroyo, bello descubrimiento de estas vacaciones...)  

De ella es esta otra animación.... 

19 de febrero de 2011

Cuenteros


JEAN PAUL SARTRE. LAS PALABRAS
"Ana María me hizo sentar frente a ella, en mi sillita; ella se inclinó, bajó los párpados, se adormeció. De ese rostro de estatua surgió una voz de yeso. Yo perdí la cabeza: ¿quién contaba? ¿qué? ¿Y a quién? Mi madre se había ausentado: ni una sonrisa ni un signo de complicidad; yo estaba en exilio. Y además no reconocía su lenguaje. ¿De dónde sacaba ella esa seguridad? Luego de un instante había comprendido: era el libro el que hablaba. Salían de allí frases que me daban miedo: verdaderos ciempiés, hormigueban sílabas y letras, estiraban sus diptongos, hacían vibrar las consonantes dobles, sonoras, nasales, cortadas por pausas y suspiros, ricas en palabras desconocidas, que se encataban de sí mismas y de sus meandros sin preocuparse de mí: a veces desaparecían antes de que yo hubiera podido comprenderlas y otras veces yo ya había comprendido, pero ellas continuaban rodando noblemente hacia su fin sin ahorrarme ni una coma. Sin duda alguna, ese discurso no me estaba destinado. La historia, por su parte, se había vestido de domingo: el leñador, la leñadora, sus hijas, el hada, todos esos personajes, nuestros semejantes, habían asumido majestuosidad; se hablaba de sus harapos con magnificencia, las palabras impregnaban las cosas, transformando las acciones en ritos y los acontecimientos en ceremonias..."

Apuntes de un bello curso sobre literatura... ¡Enhorabuena que el propósito de la escuela sea LEER CUENTOS, POESÍAS, TEATRO A L@S NIÑ@S!
Hubo interesantes propuestas para hacer con l@s chic@s: susurradores, lectura de libros álbum, etc. www.les-souffleurs.fr

5 de noviembre de 2010

Por qué los libros prolongan la vida

Buscando otra cosa (¿vieron que siempre pasa lo mismo?) me encontré con este texto escrito por Umberto Eco allá por el año 91, quien me parece, explica mejor que nadie algunas buenas razones para seguir leyendo...


Hacer click sobre la imagen para verla en tamaño original

Recuerdo con humor que al leer el artículo, hace ya muchos años, salí desesperada a averiguar qué había pasado en los Idus de Marzo, porque sino (¡Dios no lo permita!) entraba derechito en la categoría de arterioesclerótica sentenciada por Eco.


19 de julio de 2010

La amistad


¡Gracias Ali, por este hermoso pensamiento! Es una alegría poder compartir juntas unos días cerca de la naturaleza.

"Elijo a mis amigos no por la piel u otro arquetipo cualquiera, pero sí por sus pupilas. 



Tienen que tener un brillo cuestionador y tonalidad inquietante.



No me interesan los buenos de espíritu ni los malos de hábitos. Me quedo con aquellos que hacen de mí loco y santo. De éstos no quiero respuestas, quiero mi revés. Que me traigan dudas y angustias y aguanten lo que hay de peor en mí. Para eso, sólo siendo locos.

Los quiero santos para que no duden de las diferencias y pidan perdón por las injusticias.

Elijo a mis amigos por la cara limpia y por el alma expuesta. No quiero solamente el hombro o la falda, quiero también su mayor alegría.

Amigos que no ríen juntos, no saben sufrir juntos.

Mis amigos son todos así: mitad tontería, mitad seriedad. No quiero risas previsibles ni llantos piadosos.

Quiero amigos serios, de aquellos que hacen de la realidad su fuente de aprendizaje, pero que luchan para que la fantasía no desaparezca.

No quiero amigos adultos ni estudiantes. Los quiero mitad infancia y otra mitad vejez. Niños, para que no olviden el valor del viento en el rostro, y viejos, para que nunca tengan prisa.

TENGO AMIGOS PARA SABER QUIEN SOY. Pues viéndolos locos y santos, tontos y serios, niños y viejos, nunca me olvidaré que la normalidad es una ilusión imbécil."


Oscar Wilde


28 de septiembre de 2009

Mil noches y mil cuentos







Ví estas fotos de Samarkanda (la palabra siempre me remitió a algo lejano y maravilloso) y me acordé de los cuentos de Las mil y una noches, de los que leí en mi infancia la versión de Galland y en mi adolescencia la versión sin censura de una colección que había en la biblioteca de mi escuela.
No me acuerdo demasiado los datos de edición pero me acuerdo que eran muy distintos a aquellos que había leído de chica. Genios, efrits, y un paisaje de mercados orientales y erotismo invadían la escena.
El corpus de estos cuentos ha tenido cambios,agregados, purgas y según sean los compiladores, algunos más cercanos a los relatos orales y otros más cercanos a las traducciones literales provenientes de viejos manuscritos.
De los cuentos traducidos por Galland (la versión más edulcorada para el público occidental del siglo XIX), mi preferido era por supuesto el inicio de la historia del rey Schariar y la hija del visir, Scherezada y otro cuento increíble: Historia del Príncipe Amhed y el Hada Parí Banu. (Empieza en la página 211).
En estos cuentos abundan cosas maravillosas: alfombras voladoras, canutos y lámparas mágicas, tesoros, aventuras, genios y hadas, muy diferentes a las de la traidición europea y la original estructura de "cuento cajita" o cuento "mamuschka", es decir un cuento que contiene todos los cuentos.



(La ilustración pertence al libro "Los mejores cuentos de las mil y una noches" de la colección Genios).
Respecto de las fotos que nombré al principio, se puede ver el album completo acá. Hace un recorrido en imágenes de la antigua "ruta de la seda" que unía a todo oriente medio como puente entre Europa y el lejano oriente.

21 de junio de 2009

Himmel uber Berlin.


Último día del año en Berlin. Museo histórico y antena de televisión de AlexanderPlatz.



Siege Saule. La columna de la Victoria.
Me encanta esta película.En castellano la conocemos como "Las alas del deseo" del director alemán Wim Wenders. Es de una sensibilidad poética exquisita. La fotografía es excepcional. Berlín en blanco y negro. La ciudad y la soledad... La niñez ,la vejez y la memoria. La historia de esa ciudad... la guerra, los escombros. La humanidad y la inmortalidad. El conocimiento, la biblioteca. El amor. Una impresionante síntesis de las cosas grossas de la vida. No digo más... porque como dicen "En el cielo te leen poesía y en el infierno te la explican".
La segunda parte es "Tan lejos, tan cerca".

El Ángel

Cuando el niño era niño
andaba con los brazos colgando,
quería que el arroyo fuera un río,
que el río fuera un torrente
y que este charco fuera el mar.
Cuando el niño era niño
no sabía que era niño,
para él todo estaba animado
y todas las almas eran una.
Cuando el niño era niño
no tenía opinión sobre nada,
no tenía ninguna costumbre,
se sentaba en cuclillas,
tenía un remolino en el cabello
y no ponía caras cuando lo fotografiaban.
Cuando el niño era niño
era el tiempo de preguntas como:
¿Por qué yo soy yo y por qué no tú?
¿Por qué estoy aquí y por qué no allí?
¿Cundo empezó el tiempo y dónde termina el espacio?
¿Acaso la vida bajo el sol no es sólo un sueño?
Lo que veo y oigo y huelo,
¿no es sólo la apariencia de un mundo ante el mundo?
¿Existe de verdad el mal y gente que realmente son malos?
¿Cómo puede ser que yo, el que soy,
no fuera antes de devenir,
y que un día yo, el que yo soy,
no seré más ese que soy?



El video es la canción "stay" de U2, banda sonora de "Tan lejos, Tan cerca".

Nota de Mafalda: Dedicado a mi amiga Sabine. Dedicate to my friend Sabine.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...