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25 de octubre de 2014

Pequeño mundo ilustrado



Tal el nombre del libro de María Negroni, editado por Caja Negra, con el que me deleito recorriendo al azar las letras de este pequeño diccionario personal surrealista. A veces leo medio libro seguido y otras me obsesiono con una o dos letras y las leo y releo. 
Su afinidad con Walter Benjamín y  con el surrealismo es la nota que más me agrada. 
Al igual que las enciclopedias iluministas, el libro está organizado en orden alfabético y enumera gustos y berretines de la escritora. Esos objetos o cosas sobre las que el pensamiento gusta volver una y otra vez.
Ella dijo sobre su obra: "Como fuere, en mi pequeña cacería di con familias imprevisibles y universos desordenados que apenas logran disimular mi debilidad por lo arcaico, lo diminuto o lo arisco: todo aquello que, a mi entender, favorece la construcción de un lenguaje insumiso contra la clausura y las formas rígidas que impone siempre el realismo del poder. No hay, me dije, para un artista, más deber que evitar lo unívoco y recordar que lo bello es una especie dentro de lo raro ".

Comparto, en la letra J, "JUGUETES"

El pintor De Chirico los llamó "adivinazas para pequeños prícipes". Se incluyen aquí los trompos, las bicis, los títeres, las figuritas con brillantes, los gusanos de seda, las esferas de nieve, es decir, todo aquello que transporte mágicamente a la ciudad maternal, a ese momento, siempre absoluto- e irrecuperable- previo a la contaminación, al conocimiento y la conciencia, Giorgio Agamben agregó que los puerilia ludicra están emparentados a los ritos funerarios y los objetos rituales, uniendo muerte e infancia, experiencia e historia. En el reino de un niño, sostuvo, la miniaturización permite conocer el todo antes que las partes y, por tanto, vencer, captándolo a simple vista, lo temible del objeto.
Ese embeleso persiste en algunos adultos privilegiados, La boite a joujoux que dedicó Debussy a su hija Claude Emma en 1913 - cuyo "tema" es una caja de juguetes que se anima- alcanza por sí sola como prueba. (Se recordará que Debussy, que fue amigo de Mallarmé y de Satie, solía dar conferencias para chicos en la radio y que compuso también la suite para piano Children´s corner, que incluye un arrorró infantil, una serenata para una muñeca).
Por su parte, uno de los libros más ferozmente bellos e inadecuados de Walter Benjamín - Dirección única- en medio de una sorprendente galería de niños (Niños leyendo, Niño que llega tarde, Niño goloso, Niño en una calesita, Niño escondido, Niño desordenado), se lee: "Cada piedra que encuentra, cada flor arrancada y cada mariposa capturada son ya, para él, el inicio de una colección, No bien ha entrado en la vida y ya es un cazador: atrapa a los espíritus cuyo rastro husmea en las cosas". En la concepción benjaminiana del niño, se observará, no se trata de encontrar lo nuevo, sino de renovar lo viejo haciéndolo propio, de perderse por horas en la selva del sueño, donde los papeles de estaño son tesoros de plata, los cubos de madera, ataúdes, los cactus, árboles totémicos, y las monedas, escudos.
La felicidad infantil proviene de esa aglomeración azarosa, solitaria y placentera, parecida a la que experimentará más tarde el poeta moderno, encarnado para siempre en Baudelaire , cuando proyecte sobre las cosas su mirada alegórica, transportando sus objets trouvés al desorden de la poesía. Los cajones donde el niño guarda sus tesoros artesanales y zoológicos, Los del poeta serán reservas de imágenes y retazos de lenguaje. En ambos casos, se trata de un objetivo muy simple y muy complejo: habitar  un "tiempo perdido". Como los niños, los poetas intuyen el vínculo exacto entre curiosidad y memoria, melancolía y resistencia, aventura y tolerancia. Y lo buscan que buscan es nada menos que liberar las cosas de su destino utilitario y al lenguaje de sus taras más odiosas: quedarse en su propio coto de caza donde es posible seguir siendo un pequeño príncipe. La poesía es la continuación   de la infancia por otros medios".

La ilustración es de Polly Becker.

9 de febrero de 2014

Magnífico Quevedo

 
 El idioma profundo, la capacidad de dominio de la lengua castellana.

Desde la torre

    Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.

    Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

    Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh, gran don Iosef!, docta la emprenta.

    En fuga irrevocable hoye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.


  Amor constante más allá de la muerte
 Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

    mas no, desotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

    Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,

    su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, más tendrán sentido,
polvo serán, más polvo enamorado.

A UNA NARIZ

Érase un hombre a una nariz pegado, 
érase una nariz superlativa,  
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado. 

Érase un reloj de sol mal encarado, 
érase un alquitara pensativa, 
érase un elefante boca arriba, 
era Ovidio Nasón mas narizado. 

Érase un espolón de una galera, 
érase una pirámide de Egipto, 
las doce tribus de narices era. 

Érase un naricísimo infinito, 
muchísima nariz, nariz tan fiera, 
que en la cara de Anás fuera delito. 
Francisco de Quevedo.

Sonetos de vida y muerte, burlescos y amorosos... (un ejemplo de cada uno)

25 de octubre de 2013

La frontera indómita

De nuevo por este espacio!!! Estos días me encuentran siendo mamá de tiempo completo, pero en estos momentos que mi niña duerme, le dedico este ratito al blog que adoro.
Esta vez comparto un extracto del ensayo de Graciela Montes, "La frontera indómita" , texto que es de una riqueza y sensibilidad exquisitas.



"Cada uno está solo en el corazón de la Tierra
atravesado por un rayo de sol;
y de pronto anochece. (Salvatore Quasimodo)


(...)Winnicott empieza por el principio. Su punto de partida es el niño recién arrojado al mundo que, esforzada y creativamente, debe ir construyendo sus fronterasy, paradójicamente, consolando su soledad, ambas cosas al mismo tiempo. Por un lado, está su apasionada y exigente subjetividad, su gran deseo; del otro lado, el objeto deseado: la madre, y en el medio, todas las construcciones imaginables, una difícil e intensa frontera de transición, el único margen donde realmente se puede ser libre, es decir, no condicionado por lo dado, no obligado por las demandas propias no por los límites del afuera. El niño espera a la madre, y en la espera, en la demora, crea.
Winnicott llama a este espacio tercera zona o lugar potencial.
A esa zona pertenecen los objetos que Winnicott llama transicionales - la manta cuyo borde se chupa devotamente, el oso de peluche al que uno se abraza para tolerar la ausencia-, los rituales consoladores, el juego en general y, también, la cultura.
Esta tercera zona no se hace de una vez y para siempre. Se trata de un territorio en constante conquista, nunca conquistado del todo, siempre en elaboración, en permanente hacerse;por una parte, zona de intercambio entre el adentro y el afuera, entre el individuo y el mundo, pero también algo más: zona liberada. El lugar del hacer personal.
La literatura, como el arte en general,como la cultura, como toda marca humana, está instalada en esa frontera. 
Un territorio necesario y saludable, el único en el que nos sentimos realmente vivos, el único en el que brilla el breve rayo de sol de los versos de Quasimodo. el único donde se pueden desarrollar nuestros juegos antes de la llegada del lobo (...)"

1 de septiembre de 2013

Laberintos...

 Alegría, alegría ,
alegría que llega
como un jazmín liviano
alegría que cae
cae cae
y qué se le va a hacer...
Idea Vilariño

La concreción de  grandes  sueños  se acerca...




"Hay una gran libertad en el lector, que es el que decide su ritmo... Hay algo de libertad y de igualdad en la lectura que es muy difícil de encontrar en otras formas, por ejemplo en los medios de comunicacion, donde uno tiene un papel más sumiso. 


Y esa intimidad, ese ambito, eso sí lo recuerdo desde que era chica, sentirme que estoy "en mi casa".
"Hay un aspecto de la lectura que es de viaje, de irse, pero también es de volver, es decir es de irse y de entrar al centro de uno mismo, al centro de las cuestiones. Hay un espacio propio de la lectura. Eso es sin duda así".
"... No es sólo lo evasivo de la lectura sino también lo fuerte, lo libre, lo ciertamente dominante en poder dominar la letra. Hay una fuerza en la lectura. 
A los lectores no se los lleva de las narices, en general los lectores son personas contestatarias".

"Hoy la infancia de los niños está atravesada de mil maneras y agujereada de mil maneras, le corren vientos adentro. 
Eso es impensable. Lo que uno puede hacer en este mundo múltiple es fortalecer más al niño en su independencia y en su búsqueda...".

"Hay un peligro que se ha instalado y que es que la ley del mercado reemplace a la actividad del lector, que es la de la búsqueda. El lector siempre es un buscador, por eso el mayor invento para el lector ha sido la biblioteca.
La biblioteca es un grandísimo invento, puesto que es un laberinto donde hay infinitos recorridos posibles y cada lector hace el suyo...".
"La disciplina que impone el mercado tiende a reducir  los recorridos,  achicarlos, a hacerlos previsibles, a hacerlos dogmáticos, obligatorios y eso le quita a l lector libertad. Eso es peligroso. Eso es por lo que uno  debería pelear por seguir conservando, esa autonomía, la búsqueda autónoma. Y para eso, en educación hay que contrarrestarlo. Si el mercado lo disciplina a uno a ciertos recorridos, la educación tendría que estar funcionando alternativamente como el lugar donde  se le ofrecen laberintos, muchos...". Graciela Montes.

20 de agosto de 2013

Michael Apple y la educación democrática...

¿A quién pertenece el conocimiento que enseñamos? ¿A quién no? ¿Quién se beneficia con la educación y quién no? 
¿Qué queremos decir con evaluar? Evaluar queda reducido siempre al significado más pobre de la palabra ( medir resultados) con la consecuente pérdida de la memoria colectiva. 
La palabra "calidad" está relacionada con la de "equidad".
A veces se trata de cosas muy pequeñas lo que produce cambios positivos, clases con pocos niños, maestros preparados para conectar el currículum con la vida cotidiana, capaces de escuchar a sus alumnos, (...)  o cambios más pequeños, como hacer baños para las niñas (caso indio). No ocuparse de eso equivale a que la idea de equidad es una ficción.
Tensión entre inclusión y calidad: Los estándares actuales de calidad, con los parámetros con los que se evalúa a nivel central la calidad ... todo esto coexiste con las necesidades que nos impone la tarea de educar a una población cada vez más diversa.
La contradicción sigue allí porque la evaluación de la calidad que rige en Argentina, como en EEUU, esas normas y esos parámetros no son argentinos, son fijados por el FMI entonces no sé en qué medida se puede zafar de esa presión(...)Hay una coalición allí afuera que quiere elevar los parámetros que evalúan la calidad educativa... porque sus  propósitos son sólo económicos y sustentados en una ideología particular. Todo esto está conectado, y no sé cuál sería la solución.

Michael Apple, un maestro, un intelectual del currículum que elige no esconderse detrás del escritorio de una cátedra, y sale a investigar con sus iguales, los maestros.

11 de agosto de 2013

Los niños, los libros, los lectores... un relato de vida.


"Durante 16 años fui maestra de grado y así como equivoqué el camino con mis  hijos, logré grandes éxitos con mis alumnos, que salieron excelentes lectores, cada tanto me encuentro con alguno que me lo recuerda. Cuando alguien me dice por la calle “señorita Graciela”, ya sé por donde viene la cosa.
Hace unas semanas me llaman a casa por teléfono, “¡Señorita Graciela!”, me dice una voz de mujer, “Soy Alicia Gutiérrez, ¿se acuerda de mí?”. Acordarme, así de sopetón de los setecientos alumnos que pasaron por mis manos, por mi corazón… ¡pues me acordé!, de su carita de seis años, del color de su pelo, de dónde se sentaba y hasta de su letra redonda.
¿Y saben qué me contó mi alumna? Esto me contó. Que ella tenía una abuela que siempre andaba triste, muy triste. ¿Abuelita, por qué estás tan triste?, le preguntaba ella. Y la abuelita le contestaba “que nada, que cosas de la vida” hasta que un día, cuando mi alumna ya era mujer, la abuela se lo confesó: “Sabés que yo nunca aprendí ni a leer ni a escribir, sólo firmar sé”, se lo dijo llorando, y lloraba mi alumna, mientras me lo contaba, y del otro lado del teléfono, también lloraba yo.
Y sigue la historia, entonces mi alumna le dijo a su abuela que no llorara, que sin que nadie se enterara, ella le iba a enseñar a leer y escribir. Y ¿saben de qué se valió para enseñarle? De los cuadernos de primero inferior, de lo que yo le había enseñado en esos cuadernos hacía ya 37 años, por eso me llamaba, para darme las gracias.
¿Y QUÉ PASÓ CON LA ABUELA?
Esta historia tiene un final feliz.
Que aprendió a leer y escribir, y desde ese día leyó, leyó y leyó. Pero no los diarios o las revistas para señoras o las recetas de cocina. ¡No señor! Cuentos infantiles leyó, cuentos de hadas y de brujas, y los de enanitos. “Los que nunca nadie me contó, los que no pude leer cuando era una nena.” Tan conmovida me sentí, ¡tan hermoso me pareció ese relato de vida!, por eso pensé en compartirlo hoy, aquí con ustedes, maestros".
El texto completo lo leen acá
También les recomiendo que vean este video que no se puede compartir, hay que verlo directamente de YouTube: http://www.youtube.com/watch?v=cZLQootKCKs 

25 de julio de 2013

Fuga de Bach - Rose Ausländer

La fuga de Bach
vuela hacia el cielo
vuelve de nuevo hacia mí
vuela hacia el cielo
Las matemáticas
explican una voz
No sé
no quiero saber
cuántas cabezas sobre las alas
ni a qué velocidades
no miro
las cifras
Bach
mi corriente sanguínea
hacia el cielo



Bachfuge - Rose Ausländer

Die Bachfuge
fliegt in den Himmel
kommt zurück zu mir
fliegt in den Himmel
Mathematik
erklärt eine Stimme
Ich weiß nicht
will nicht wissen
wieviele Köpfe auf Flügeln
welche Geschwindigkeiten
ich zähl nicht
die Zahlen
Bach
mein Blutstrom
zum Himmel

Jacqueline Du Pré(cellista)












Rose Auslander (poeta)

19 de junio de 2013

Un poema de Brecht


QUIERO IR CON AQUÉL A QUIEN AMO

Quiero ir con aquél a quien amo.
No quiero calcular lo que cuesta.
No quiero averiguar si es bueno.
No quiero saber si me ama.
Quiero ir con aquél a quien amo.


Poemas de amor (Bertolt Brecht), Selección de Elizabeth Hauptmann. Traducción de Vicente Forés, Jesús Munárriz y Jenaro Taléns. poesía Hiperión, 4ª ed., 2010.


ICH WILL MIT DEM GEHEN, DEN ICH LIEBE

Ich will mit dem gehen, den ich liebe.
Ich will nicht ausrechnen, was es kostet.
Ich will nicht nachdenken, ob es gut ist.
Ich will nicht wissen, ob er mich liebt.
Ich will mit ihm gehen, den ich liebe.

Bertold Brecht

9 de junio de 2013

Grullas para Elsa...


Nuestro homenaje para la gran Elsa Bornemann fue leer "Mil grullas" por enésima vez y llorar, claro. Acto justificadísimo, por la historia que cuenta y por la que la que lo escribió, que ya no estará más.
Acto seguido, automáticamente, Maite quiso aprender a hacer grullas... Quién no quiere después de leer ESE cuento???!!!!
Y hasta ensayamos unos versos... humildes, pero sentidos.... 

TIEMPO PERDIDO, 
BOMBA ESTALLA, GUERRA 
FRÍO SOL PLENO.

NIDO OSCURO
SORDO, LENTO TIEMPO
MÍNIMO ESTREMECIMIENTO.

2 de enero de 2013

Recibiendo el 2013...


Una emoción tan silenciosa
que no se cuándo empezó.

Cierta gratitud
ha comenzado
a cantar dentro de mí.

¿Acaso hubo
un momento en que
se separó
la canción de la no-canción?

¿Cuándo empieza a caer el rocío?

¿Cuándo cierra la noche
sus brazos sobre nuestro corazón
para abrigarlo?

¿Cuándo amanece?

Denise Levertov.

( de "Oblique Prayers"
New Directions, New York, 1984, p. 85)

23 de diciembre de 2012

El cuento de Navidad de Auggie Wren



"A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?
Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras “cuento de Navidad” tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.
No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él.
—¿Un cuento de Navidad? —dijo él cuando yo hube terminado. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.
Fuimos a Jack’s, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas de las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.
—Fue en el verano del setenta y dos —dijo. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.
Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carné de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podría haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carné, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?
Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.
La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.
—¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.
Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.
—Sabía que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.
Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.
Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.
—Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad.
No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.
No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.
Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.
—Eso es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.
Al cabo de un rato, empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.
Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de cámaras, seis o siete, de treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar.
No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.
—¿Volviste alguna vez? —le pregunté.
—Una sola —contestó. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.
—Probablemente había muerto.
—Sí, probablemente.
—Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.
—Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.
—Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.
—Le mentí y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.
—La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.
—Todo por el arte, ¿eh, Paul?
—Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.
—Y ahora tienes un cuento de Navidad, ¿no?
—Sí —dije—. Supongo que sí.
Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.
—Eres un as, Auggie —dije—. Gracias por ayudarme.
—Siempre que quieras —contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?
—Supongo que estoy en deuda contigo.
—No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.
—Excepto el almuerzo.
—Eso es. Excepto el almuerzo.
Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta."
PAUL AUSTER.
Para leer el cuento completo ver acá.
Acá el trailer de la  película Smoke, con libro de Paul Auster y gran actuación de Harvey Keitel.
La ilustración de arriba es de Isol para una versión de este cuento.

18 de noviembre de 2012

Una ola de sueños...

                                           
"Una ola de sueños" (1924) es reconocido tardíamente como el primer manifiesto surrealista. En él se define por primera vez el concepto de surrealidad. Escrito por Louis Aragon, este es uno de mis libros de cabecera, que no me canso de leer y releer.
Tuve la suerte de escuchar la ponencia de quien realizó el estudio introductorio y la traducción de este texto del francés, el Profesor Ricardo Ibarlucía. Esas cosas especiales que pasan aveces. Fuimos a escucharlo con mi amiga Alicia a un hotel en Bariloche, hace unos cuantos años.
Población de sueños, realidad mezclada con estados oníricos, símbolos y profesías, fuerzas más allá de lo meramente superficial, poesía, duraciones automáticas, azar objetivo, cadáver exquisito, nominalismo,  el Pasaje de la Opera, la surrealidad son  palabras que nos llevan a entender un modo de pensar y ver el mundo  de un grupo de jóvenes  franceses sobrevivientes de la primera gran guerra. Un espíritu de época que llegó a desconocer a la literatura, renegar de ella. Reconoce en parte su filiación en Dadá, pero sus caminos serán largamente alterados, principalmente el de los sentidos. 
                                                                                                                     El pasaje de la Opera

"... Entonces el espíritu se desprende  un poco de la mecánica humana, entonces ya no soy la bicicleta de mis sentidos, la rueda de afilar los recuerdos y las coincidencias. Entonces capto en mí lo ocasional, capto de golpe cómo me supero: lo ocasional soy yo y, formada esta proposición, me río de la memoria de toda la actividad humana. ... En este punto comienza en todo caso el pensamiento, el cual no es de ningún modo ese juego de espejos en el que algunos se destacan sin peligros. Si se ha experimentado tal vértigo, aunque sólo sea una vez, parece imposible seguir aceptando las ideas maquinales con las que se resume hoy prácticamente cada empresa humana ..."

"... la verdadera naturaleza de lo real no es más que una relación como cualquier otra, que la esencia de las cosas no está de ningún modo ligada a su realidad, que hay relaciones diferentes de lo real que el espíritu puede captar y que so también primordiales, como el azar, la ilusión, lo fantástico, el sueño. Estas diversas especies se reúnen y concilian en un género que es la surrealidad"...

"Si considero de pronto el curso de mi vida, si olvido este entrenamiento del espíritu, si domino un poco el sentido de esta vida que me atraviesa, que se me escapa, de pronto...¿Qué significa todo esto? De pronto no espero nada del mundo...  Hay que ver al hombre presa de sus espejos, exclamando con el acento patético de su teatro: ¿Qué devenir? Como si tuviera opción..."

"Pero entre todos los aires que de vez en cuando tarareo, hay uno sin embargo que me da hoy una libre ilusión de la primavera y de los prados, una ilusión de la verdadera libertad. He perdido este aire, y luego lo vuelvo a encontrar. Libre, libre: es la hora en que la cadena de los anillos claros del viento echa a volar por los moáres del cielo, es la hora en que el hierro se torna esclavo de los tobillos, donde las esposas son alhajas. Ocurre que esculpe entre los muros del calabozo el recluso talla una inscripción que hace sobre la piedra un ruido de alas. Ocurre que esculpe encima del remache el símbolo emplumado de los amores de la tierra. Es que él sueña y yo sueño, transportado sueño. Sueño un largo sueño donde cada uno sueña. No sé lo que va a resultar de esta nueva empresa de sueños. Sueño al borde del mundo y de la noche. ¿Qué me querían decir, hombres en el alejamiento, gritando con la mano en la bocina, riendo de los gestos del durmiente? Sobre el borde de la noche y del crimen, sobre el borde del crimen y del amor. ¡Oh Riveras de lo irreal, tus casinos sin distinción de edad abren sus alas de juego a los que quieren perder! Es hora, créanmé, de no ganar más.
¿Quién está ahí? Ah muy bien: hagan pasar al infinito." 

(Los caligramas de Apollinaire que aparecen arriba sirvieron de inspiración a los surrealistas.)

29 de septiembre de 2012

Epígrafe a las Jornadas docentes de narración e ilustración.

"Cuando le contamos un cuento a un chico estamos dejando inauguradas algunas cosas. Por un lado le garantizamos que existen discursos imaginarios deliberados, construcciones hechas palabras y "gratuitas" (o por las que, al menos, no hay que pagar el precio de la referencia). Otros mundos -redondos, encerrados en sí, independientes por tener sus propias reglas internas, aunque, por supuesto , vinculados de muchos y muy complejos modos al mundo real-, mundos imaginarios a los que se puede ir de visita.
Pero no sólo inauguramos eso. También, y por el solo hecho de estar contando, inauguramos el contar como la llave para ir de visita a esos mundos. Así, contando- decimos al contar-, se entra en el cuento. El acto de contar enseña a entrar y salir de la ficción. Ambos -el cuento y el contar- son solidarios, se necesitan. Por un lado está el cuento - supongamos que un cuento de autor, el mundo imaginario que construyó, palabra a palabra, cierta persona en un cierto día-, y por otro está el contar , el pasaje de ida y vuelta a ese mundo que otra persona , en otro cierto día, construye con dos ingredientes fundamentales: su tiempo y su voz. Y esto es básicamente así siempre, aun cuando se haya pasado de la audición de cuentos a la lectura: el lector le sigue prestando su tiempo y su voz interior al cuento, y sólo en ese tiempo el cuento vive.
Silencio, está por comenzar  la ceremonia. Pendemos de la voz o de la letra. "Había una vez...", y se abre la casa imaginaria, nos deja que la habitemos. Al principio es extraña y tal vez nos sorprenda que haya cosas que nos recuerden tanto el mundo, aunque todo el ritual -la voz, la modulación de esa voz, el libro- nos señale constantemente que lo que ahí sucede "es" y "no es" al mismo tiempo. Poco a poco nos vamos familiarizando. Le descubrimos los trucos a la casa imaginaria, notamos que suelen estar dispuestas de cierta manera las habitaciones. A esa palabra que viene ahí ya la estábamos esperando, y a esa repetición también. Nos gustan anticiparnos y corearla con el que cuenta el cuento.
El cuento sigue, es un hilo que no se corta. De pronto, al doblar el recodo, nos acompaña hasta la puerta. Colorín colorado: por aquí se sale; este cuento se ha acabado: ya estamos afuera. Otra vez en el mundo. Exiliados, hasta la próxima ilusión, de ese sitio donde las nueces eran y no eran al mismo tiempo".
                           
Graciela Montes, del ensayo 
"Una nuez que es y no es" 
           
La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. 
Fondo de Cultura Económico

Ilustración de Julia Díaz.

22 de julio de 2012

Mi vida a cuestas


VII

Si supiera que mi poema es un canto de cisne.
Si descubro que se acabó, mientras
esperaba el próximo paso.

No es que la primavera me resulte irreal,
tengo a las flores de los árboles por corazón.
El amor, veinte, cuarenta años, mi vida,
es irreal para mí.
Ahora sólo amo al extraño
que viene a mi encuentro
por el sendero salpicado
de migajas de polen amarillo.

Yo que no estoy a punto de morir,
Yo que llevo mi vida a cuestas abiertamente, 
con excelente salud, ligero el paso, risueña, hambrienta,

gira mi engranaje. Se detiene
en el punto de vista.
Reducida a un ojo
olvido lo
que fue.

Y le pregunto a la primavera fría:
si mi poema es un canto de cisne, qué.

Denise Levertov.(de "Poems 1968-1972". New Directions Pub. Corp., 1987)



13 de julio de 2012

Leer, ese acto de sensibilidad

Con profundidad, sensibilidad  y humor, Germán Machado, ha escrito estas Trece instrucciones para ayudar a leer al niño.
Yo les recomiendo leer la entrada entera directamente del Blog de este gran escritor uruguayo: acá.
Estas Trece instrucciones nacen de poner en cuestión lo que entendemos por Infancia, Literatura Infantil,  y en todo caso qué entendemos por Literatura, así, a secas.



"Desde mi experiencia de lector y escritor; conciente de que uno escribe a medida que aprende a leer; para no terminar esta locución con preguntas; y a riesgo de resultar pedante: propongo ahora trece instrucciones para ayudar a leer al niño que, así lo pienso, pueden ordenar mejor mis ideas sobre el tema. Son estas:

1. No lea al niño que usted dejó atrás: lea con el niño que está junto a usted. Tampoco se adelante al niño en su lectura: conózcale su tranco, acompáñelo y déjelo leer en soledad cuando él así lo quiera.

2. Lea como si usted nunca fuera a dejar de ser un niño, pero sabiendo que ya no lo es. Lea en la actualidad, pero sabiendo que en el futuro estará el pasado y en el pasado también estuvo el porvenir.

3. Lea lo que el niño le pide, pero también lo que el niño le da. Disfrute de ambas cosas, y que ambos disfruten. Y si el niño quiere leerle algo a usted, déjelo hacer, incluso cuando el niño todavía no sabe leer.

4. Lea en el espacio y en el tiempo adecuados. No se desubique. En el caso en que lea con el niño por las noches: nunca se duerma usted antes que él.

5. Al seleccionar la lectura, piense en el niño con el que va a leer, pero no haga caso a las categorías, ni a las clases, ni a las edades, ni a los tamaños. El único que puede ser caprichoso en cuanto a elegir la lectura es el niño, no usted.

6. Lea todo lo que venga, pero también todo lo que se va. Piense que toda lectura es una encrucijada.

7. Lea con el niño sólo cuando está seguro de dos cosas: que no tiene ninguna otra tarea más importante para hacer y que leer con él no representa una tarea para usted. Si no está seguro de eso, igual es mejor que lea con el niño a que no lo haga.

8. Lea con el niño como si fuera la última vez que va a hacerlo, y también como si fuera la primera.

9. Lea con el niño como si usted fuese uno de esos bambúes —conocidos como Cañas de la India— que florece y produce semillas una vez cada 120 años para luego morir. Piense que esos bambúes florecen todos juntos y a la vez, y que alguna de las semillas que lanzan logrará evitar a los depredadores para poder reproducir la especie. Si esto no lo convence, piense que esos bambúes igual se propagan de forma constante, produciendo nuevos brotes a partir de rizomas subterráneos.

10. Lea con el niño como si estuviese ayudando a un ciego a cruzar la calle. La fraternidad, o el amor filial, tienen algo que ver en eso, aunque luego de cruzar la calle, usted seguirá su camino personal y el niño (como el ciego) avanzará por el enigma de sus recónditas distancias.

11. Si cuando está leyendo con el niño éste lo interrumpe, detenga la lectura y preste atención a lo que surge. Piense que no todo lo que van leyendo está escrito en el libro. Las digresiones son propias de una lectura imaginativa. Atrévase a ir más allá de la letra o a volver desde lo escrito a la realidad: piense que la imaginación antecede a la escritura y también la desborda.

12. Piense que el acto de lectura es un modo de comunicación que trasciende lo que un texto dice o ilustra. Si la lectura hace ruido en la comunicación, déjela de lado. Sepa cuando es el momento adecuado para dejar de leer al niño.

13. Si realmente está dispuesto a leer con un niño, hágalo como le dé la gana: no siga ninguna instrucción al respecto. Manténgase en sus trece."




Algunas me parecen centrales en la experiencia de leer con un niñ@, como por ejemplo la 10 y la 12.  Leer es un acto de comunicación, pero especialmente un acto fraternal y de sensibilidad. Hasta tal punto es comunicación pura, que también es importante saber cuando "dejar de leer". 
Y claro que, como dice la instrucción 13, esto de leer es algo TAN PERSONAL que por supuesto, a veces es mejor dejarse llevar por la propia intuición en lugar de seguir instrucciones.

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