6 de marzo de 2013

La historieta argentina...

Este verano leí el libro de Laura Vazquez, "El oficio de las viñetas. La industria de la historieta argentina".


 El libro, en principio,  hace un recorrido por la historia de la industria editorial sobre la historieta. Sus momentos de auge y su época de oro, sus momentos pretenciosos y con vuelo intelectual con la Bienal, sus momentos de crisis, y también del raro e interesante fenómeno de "fortalecimiento" en los duros momentos de la dictadura... Esto dicho entre comillas, porque la investigadora proporciona números de tirada a lo largo de los años y vemos como nunca volvimos de la época de oro, pero que sin embargo, la creatividad y la capacidad extraordinaria de trabajo de los historietistas argentinos encontró en el humor y las ficciones ilustradas un canal de expresión popular. También el vuelco de los trabajadores de la historieta (guionistas e ilustradores) al mercado internacional ante la persecución o exilio (interno y externo).


 Es un relato de la cocina de la historia de las grandes historietas y los avatares de sus creadores (Breccia, Oesterheld, Trillo, etc)

Pero el libro es más que una periodización, es un monumental trabajo de investigación: entrevistas a los protagonistas directos, referencias permanentes a miles de historietas analizadas en sus mínimos detalles, una increíble cantidad de material bibliográfico, que hacen de este libro un texto básico de consulta.
También se puede ver como una interesante discusión acerca de la historieta como producto cultural de masas, como objeto de estudio teórico de vanguardia,  como industria que "tritura" a sus trabajadores,  sobre si sus protagonistas se ven como "trabajadores" o como "artistas".

Sin embargo, en lo que a mí respecta, el libro es más que eso... Para los aficionados como yo, este libro me hizo volver a leer y releer las historietas que leí miles de veces, y esta vez con un ojo más atento. Buscando un detalle, un dato, un paralelismo entre esta historia y la otra... También a seguir revolviendo entre las revistas de los viejos kioskos de los que quedan pocos, buscando alguna versión o tal dibujante... Felicitarme a mí misma por alguna compra hecha con buen ojo, guiada por el instinto y que ahora tengo algunos elementos más para evaluar.

Estoy segura que  de primera no capté toda la profundidad de algunas referencias y reflexiones, pero no me importa, porque seguramente volveré sobre sus páginas una y otra vez...
Les dejo esta recomendación: El blog Soretes azules, sobre uno de los grandes guionistas argentinos Carlos Trillo.

30 de enero de 2013

Nosotr@s y los miedos...

El miedo forma parte del conjunto de sentimientos que los seres humanos experimentamos y que con mayor o menor suerte enfrentamos...  Algun@s solemos usar de escudo un arma que nos ayuda a plantarle cara, la literatura. 
Ya conté varias veces que de chica me encantaba leerles historias de terror a mis hermanas y primas (costumbre que todavía conservo, pero claro que con público renovado) y semblantearlas para ir viendo sus reacciones. Les leía cuentos hasta en el baño... "El ahijado de la muerte", "El trasgo de Adachigara" y varios etc eran mis favoritos...
Siempre me resultó fascinante también observar el interés que despertaban estas historias en mis alumn@s... En cuanto saco el tema a colación el ambiente se empieza a poblar de lobizones, espectros, vampiros y lloronas... Sin duda el miedo es uno de nuestros temas... Dice María Teresa Andruetto en la introducción al libro de cuentos "La mujer vampiro":
"Me parece que las historias de miedo nacen de la necesidad de hablar de esos miedos, de enfrentarlos  a través de las palabras. Porque las palabra, que a veces nos asustan, también pueden curarnos.
Desde aquellos tiempos remotos en que nacieron estos cuentos hasta el presente, el miedo de los hombres ha tomado diversas formas: demonios que nos visitan para ponernos a prueba o proponernos inquietantes pactos, como la Salamanca, personas que se transforman en animales, como en la historia aquella del lobizón, personas que comen a otras personas, como los ogros y las brujas, personas comunes que se vuelven monstruosas a causa de de una pócima o un  maleficio... Pero son los muertos que regresan a visitar el mundo de los vivos bajo la forma de vampiros p fantasmas o zombies, los habitantes privilegiados de estas historias, Porque la muerte, más que ninguna otra cosa es el gran miedo de los hombres.
Creo que los cuentos de miedo cumplen una función importante en nuestras vidas, porque nos enseñan a pensar sobre aquello desconocido que tememos. Y que tener miedo también es importante, porque ése es el sentimiento que advierte a los humanos el peligro, el sentimiento que nos dice que debemos cuidarnos.
Es importante atravesar los miedos, aprender a caminar por ellos, para sacarlos de nosotros, para hacer que- de tanto contarlos- alguna vez se vayan a otra parte".
Autores como Edgard Alan Poe o Lovecraft se cuentan entre mis preferidos. Saber narrarlos es otro gran desafío... Acá el maestro Laiseca narrando "El caso del Sr. Waldemar"

Para niños me gustan los de María Teresa Andruetto, en el libro que ya nombré más arriba y uno que leímos con mis alumn@s el año pasado:"Cumple Zombi" de Alberto Pez (recomendado para más pequeños por su acertado manejo del terror y el humor en dosis  equilibradas).

















Este es el "Benito Quiroga" de Cumple Zombi que armaron l@s chic@s con distintos materiales de "ferreteria"...





20 de enero de 2013

Videos encontrados...

Durante el año 2009 y 2010 tuve el privilegio de participar de un emprendimiento barrial y autogestionado de lo que fue "El Periférico Cultural Villa Nocito". Invitada por  la mamá de uno de mis alumnos del Centro Educativo, propuse junto a Sergio probar suerte con un Taller de Ciencias para niños, que l@s chic@s del barrio llamaron "Experimentos"... 
Estos videos recogen algunas de las experiencias que vivimos junto a la gente del barrio y junto a otr@s compañer@s que se sumaron y aportaron desde su saber hacer... 
En días como éstos, en que en mi ciudad se han vivido momentos terribles de derechos vulnerados, falta de respeto desde los políticos hacia los graves problemas habitacionales que viven l@s vecin@s, falta de solidaridad y de comprensión de la dimensión del problema, ver estos videos son un pequeño bálsamo... 
Es necesario un cambio de mentalidad de parte de los que creen que pueden "comprar los votos" de la gente  a cambio de asistencialismo, de parte de  los que así lo reciben, sin entender que no es un regalo sino que es parte de un sistema perverso creado para "anestesiar" la conciencia del propio derecho.



18 de enero de 2013

Gatito


El 5 de agosto de 1952 aparece el primer número de GATITO, revista para pequeños lectores de la Editorial Abril. La publicación tiene una característica muy particular: un troquelado en todas sus páginas acompaña el contorno del dibujo de tapa. 
Otro detalle importante es que la historia principal del número aparece escrita en letra cursiva; los ejemplares incluyen varias historias e intercala historietas, juegos y adivinanzas.


Crea la colección Boris Spivacow, quien nuclea a distintos profesionales para la producción de cuentos e historietas: Beatriz Ferro, Alberto del Castillo, Hugo Csecs, Alberto Breccia, Oski y hasta Hugo Pratt. 

A cargo del personaje central -evidentemente inspirado en El Gato con Botas- Héctor Oesterheld produce los cuentos e historietas para los primeros diez números y el 12, 13, 14, 16, 17, 19, 20 y 22, creando todos los personajes secundarios, evidenciando una fértil imaginación, tanto por las características de los mismos como por los nombres elegidos: el amigo de Gatito, Pilín;los ratones Parmesano y Gorgonzola; el Rey Panza I; el capitán Renegundo, jefe de la guardia real; la bruja Coquita; la princesa Tilina; el Ogro Rompococo; las brujitas Cabriola y Trifulca, Retorcido, primer ministro; el enanito Berilín; los malvados Gatoto y Ratongo; la gatita Perlina; el Perrito Doctor... 
El mismo Gatito se presenta en el 1º número de la colección:


Los episodios transcurren en la corte del Rey Panza I; como remedo de instrumentos de tortura medievales, se presenta El Palizero, donde van a parar todos los malandras a quienes la justicia de Panza considera merecedores de tal escarmiento.

La parte gráfica está a cargo de Hugo Csecs. En la colección CUADERNOS DE GATITO pueden detectarse ilustraciones de Domínguez. El éxito del personaje fue tal que hasta tuvo una versión radiofónica de lunes a viernes a las 18.15, por Radio Mitre, desde el día 2 de mayo de 1956.


En nuestro haber se encuentran algunos ejemplares de esta maravillosa colección, la cual disfrutamos en nuestra infancia. Ampliando el espectro de colecciones infantiles a digitalizar, probamos a ver qué tal nos va con esta. No contamos con una lista completa de títulos, ni sabemos cuántos números se editaron. Cualquier colaboración será más que bienvenida. 
Como regalo para inaugurar este nuevito 2013 les dejamos para descargar el Nº42 de Gatito. ¡Esperamos que les guste!

                                                Gatito y Santa Claus. Nº 42.





Fuentes:
* Osvaldo Laino. Revista Dibujantes Nº10. Octubre 2011.
* Andrés Ferreiro. Oesterheld en primera persona. HGO, su vida y su obra - Volumen 1. La Bañadera del Comic, 2005.

2 de enero de 2013

Recibiendo el 2013...


Una emoción tan silenciosa
que no se cuándo empezó.

Cierta gratitud
ha comenzado
a cantar dentro de mí.

¿Acaso hubo
un momento en que
se separó
la canción de la no-canción?

¿Cuándo empieza a caer el rocío?

¿Cuándo cierra la noche
sus brazos sobre nuestro corazón
para abrigarlo?

¿Cuándo amanece?

Denise Levertov.

( de "Oblique Prayers"
New Directions, New York, 1984, p. 85)

23 de diciembre de 2012

El cuento de Navidad de Auggie Wren



"A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?
Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras “cuento de Navidad” tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.
No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él.
—¿Un cuento de Navidad? —dijo él cuando yo hube terminado. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.
Fuimos a Jack’s, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas de las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.
—Fue en el verano del setenta y dos —dijo. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.
Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carné de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podría haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carné, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?
Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.
La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.
—¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.
Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.
—Sabía que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.
Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.
Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.
—Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad.
No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.
No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.
Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.
—Eso es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.
Al cabo de un rato, empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.
Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de cámaras, seis o siete, de treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar.
No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.
—¿Volviste alguna vez? —le pregunté.
—Una sola —contestó. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.
—Probablemente había muerto.
—Sí, probablemente.
—Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.
—Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.
—Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.
—Le mentí y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.
—La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.
—Todo por el arte, ¿eh, Paul?
—Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.
—Y ahora tienes un cuento de Navidad, ¿no?
—Sí —dije—. Supongo que sí.
Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.
—Eres un as, Auggie —dije—. Gracias por ayudarme.
—Siempre que quieras —contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?
—Supongo que estoy en deuda contigo.
—No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.
—Excepto el almuerzo.
—Eso es. Excepto el almuerzo.
Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta."
PAUL AUSTER.
Para leer el cuento completo ver acá.
Acá el trailer de la  película Smoke, con libro de Paul Auster y gran actuación de Harvey Keitel.
La ilustración de arriba es de Isol para una versión de este cuento.

24 de noviembre de 2012

Museo GHIBLI

 Ilustración de Totoro

Este museo es un edificio que el creador del estudio Ghibli, el gran Hayao Miyazaki siempre tuvo en mente. Un museo que se alejara de los típicos museos y donde los visitantes más que ver cosas se dedicaran a descubrirlas. Fue diseñado por el propio Miyazaki e inaugurado el 1º de octubre de 2001.

Como comentamos en una entrada anterior, Ghibli es una palabra africana que significa “viento caliente que sopla en el desierto del Sahara" y con la cual se designaba a los aviones caza italianos durante la Segunda Guerra Mundial.

Entrada del museo Ghibli

El museo está en una zona poco concurrida en las afueras de la ciudad de Mitaka, que forma parte de la enorme metropólis de Tokyo. Mitaka es un sitio muy agradable y tranquilo. El museo se encuentra dentro de un parque que parece un bosque, muy al estilo de las películas de Miyazaki.



Paseo dentro del parque

 Templo

Lo primero que se ve al llegar al museo es el diseño que parece salido de una película del mismo estudio. 





Fachada del edificio

Dentro se encuentran diferentes ilustraciones en las paredes, elementos de decoración, vidrieras con ilustraciones de las películas y el hall principal que te sumerge directamente en una película de Miyazaki.

 Interior del edificio

A partir de ahí, y con esa intención se le indica al visitante que descubra él mismo cada rincón y cada detalle. 

El museo está dividido en siete zonas principales que son: 

* Cine Saturno: En él se proyectan de forma cíclica (uno diferente cada mes) una serie de cortos exclusivos realizados por Hayao Miyazaki para el museo, no estando disponibles en DVD ni ningún otro formato, ni proyectándose en ningún otro lugar.

* Exhibiciones permanentes: Son cinco habitaciones que comienzan en la planta inferior y se extienden hasta la superior donde se ofrece una introducción a los fundamentos de la animación y las herramientas que utilizan para crear películas.

Una de ellas simula el puesto de trabajo de un animador en el que se pueden ver bocetos de todas las películas del estudio Ghibli sin ningún cristal o plástico que los cubra. 



Escritorio de un animador

* Exhibiciones extraordinarias: Cada año el museo renueva una de sus espacios para ofrecer exhibiciones inéditas del estudio y también lo mejor de la animación de otros países.
* Sala del Gato-bús: Allí se encuentra un peluche gigante réplica del gato-bús de ‘Mi Vecino Totoro’ que hace las delicias de todos los niños menores de 13 años.

Sala del Gato-bus

* Terraza superior con la réplica a tamaño real del robot de ‘El Castillo en el Cielo’, el guardián del museo.


 Escultura en la terraza del robot de "El castillo en el cielo"

 Escultura de uno de los cubos de "Laputa, el castillo en el cielo"


* Tienda de recuerdos “Mamma Aiuto”: Allí puede encontrarse todo lo relacionado con el estudio Ghibli a precios no abusivos.

* Cafetería “Sombrero de Paja” que parece sacada de "Kiki´s Delivery Service"


 Cafetería "Sombrero de Paja"


 Boletería con el Totoro gigante


Fotografías: agradecemos las fotos tomadas por Miguel Michán para Zona Fandom, ya que está prohibido tomarlas dentro del museo.

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