9 de febrero de 2014

Magnífico Quevedo

 
 El idioma profundo, la capacidad de dominio de la lengua castellana.

Desde la torre

    Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.

    Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

    Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh, gran don Iosef!, docta la emprenta.

    En fuga irrevocable hoye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.


  Amor constante más allá de la muerte
 Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

    mas no, desotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

    Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,

    su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, más tendrán sentido,
polvo serán, más polvo enamorado.

A UNA NARIZ

Érase un hombre a una nariz pegado, 
érase una nariz superlativa,  
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado. 

Érase un reloj de sol mal encarado, 
érase un alquitara pensativa, 
érase un elefante boca arriba, 
era Ovidio Nasón mas narizado. 

Érase un espolón de una galera, 
érase una pirámide de Egipto, 
las doce tribus de narices era. 

Érase un naricísimo infinito, 
muchísima nariz, nariz tan fiera, 
que en la cara de Anás fuera delito. 
Francisco de Quevedo.

Sonetos de vida y muerte, burlescos y amorosos... (un ejemplo de cada uno)

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