«En el juego, y solo en él, puede el niño o el adulto crear y usar toda la personalidad, el individuo descubre su self solo cuando se muestra creador» Winnicott dixit). Para él, el juego se sitúa en el área intermedia de los fenómenos transicionales que determinan la experiencia cultural.
Juega en un espacio transicional donde las ideas -que no son ni tuyas ni mías- se comparten, no se disputan. Considera que para jugar es necesario que las reglas del juego no sean excesivamente laxas o particularmente rígidas o mecánicas, puesto que anulan la capacidad de jugar e impiden a los participantes la posibilidad de sorprenderse a sí mismos. Como señala J. B. Pontalis en el prólogo de Realidad y juego (1971), Winnicott distingue dos tipos de juego: el juego libre o improvisado (play) y el juego con normas o reglado (game).
El primero es el objeto de su atención: la acción dinámica del juego, el jugar. Los juegos responden a reglas predeterminadas, mientras que el jugar está librado a la idiosincrasia del jugador. Lo que le interesa a Winnicott no es el juego en sí, sino la actividad de jugar, esto es, el movimiento que genera la acción de jugar, porque «jugar es hacer».
En su teoría lo determinante es la capacidad de jugar. El jugar como actividad creadora, no como creación terminada, apoyada en la confianza y seguridad que otorga un ambiente facilitador suficientemente bueno.La capacidad de jugar es una forma de conocimiento creativo, un proceso abierto, nunca definitivo. Para él, el jugar es un logro en el desarrollo emocional del individuo: «El juego no es simplemente placer, es algo esencial para su bienestar», dice. El jugar depara una satisfacción que proviene del uso de un objeto, de reconocer al otro como distinto sin destruirlo, al que se confiere un nuevo valor simbólico. La experiencia de jugar produce un creciente grado de madurez, es decir, de riqueza psíquica. En el juego se despliega una actividad creativa que es expresión del verdadero self. En consecuencia, el juego principal es el juego de la vida, el estar vivo. En síntesis, para Winnicott, el juego es un fenómeno universal, una forma básica de vida, un modelo de comunicación y una actividad terapéutica.
Toda la clínica de Winnicott gravita en torno al jugar. Para él el juego tiene valor terapéutico: «Es bueno recordar siempre que el juego es por sí mismo una terapia»; es una «psicoterapia de aplicación inmediata y universal», dice.
Considera a la terapia como la superposición de dos áreas de juego: la del paciente y la del analista; la de dos personas que juegan juntas, «tratando de transformar en terreno de juego el peor de los desiertos», según Michel Leiris. En este sentido, Winnicott concibe el juego como un espacio de producción per se, y no como un reemplazo vicario de la asociación libre freudiana. En su modelo terapéutico privilegia el valor del sostén (holding) terapéutico sobre la interpretación, y promueve –en las patologías graves, como las psicosis o las patologías borderline– la regresión a la dependencia, a la etapa precoz de la dependencia absoluta, para que el paciente pueda encarar las experiencias traumáticas originarias. En su clínica considera que el paciente es quien enseña constantemente al analista; se interesa por la salud para evaluar la enfermedad del paciente; y valora el proceso terapéutico como una experiencia de autoconocimiento. La idea del juego como espacio fundante de la cura lo aplica a todas las modalidades terapéuticas: al psicoanálisis ortodoxo, al psicoanálisis a demanda y a la consulta terapéutica, donde a través del juego del garabato (squiggle) favorece la capacidad de jugar del paciente y su capacidad para usar al terapeuta.
La experiencia cultural es una extensión directa del juego. Surge en el espacio potencial entre la realidad externa o realidad compartida y la realidad interna. La experiencia cultural implica aceptar la tradición y asumir lo establecido, para cuestionarlo con una nueva forma de crear el mundo: «Para dibujar como Picasso uno tiene que ser Picasso», recuerda Winnicott…"
Extraído de: Letra urbana. Al borde del olvido.
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